Red Gold

martes, 29 de mayo de 2012

~Capítulo I - Comienzo sin retorno ~

Caminando sin destino dejé marcadas mis pisadas por el camino cubierto de nieve, lo que sería mi rastro vagando. Hacía bastante frío y el viento aullaba lleno de fuerza. Mi vestimenta entonces era muy sencilla, chaqueta negra con detalles azules, vaqueros y un palestino que me protegía frente a las bajas temperaturas. Portaba un maletín colgado por una banda en el hombro y en él guardaba las pocas cosas que me quedaban desde que pasó… aquel incidente; intentos de recuerdo, algo de ropa y poco más, lo típico. Si, como podéis comprobar, me desplazaba de forma duradera y sin maletas como quien viaja sabiendo que quizá no haya retorno y pasara lo que pasara pocas cosas se iban a quedar atrás.

En uno de los bolsillos guardaba una carta aparentemente vieja que por dentro resultaba estar escrita con letras plateadas. Misteriosamente me llegó cuando aún permanecía inconsciente en mi anterior… alojamiento, lo cual resultaba raro porque apenas había personas que supieran de mí entonces. Era mi única pista para volver recordarlo todo y pretender tener otra vida más plena.

La carta era del “Colegio Silver”, famoso en todo el continente por las grandes figuras que salían de él. Su acceso quedaba restringido a unos pocos capaces de permitírselo económicamente y con ciertas destrezas físicas e intelectuales. En ella decía:



Tras varias horas caminando llegué a Roseville. Busqué una de las posadas para descansar. Según el mapa que tenía, el Colegio quedaba a menos de un día caminando, pasando a través de otro pueblo y de un río. La mejor decisión era quedarse en la posada dado que ya llegaba la noche.

El tabernero de la posada se mostraba indiferente y a ratos parecía hostil. Mientras buscaba la llave de la habitación esperé en la barra tomando un café. En poco tiempo la posada se llenó, hombres armados hasta arriba bebían juntos en una mesa hablando en voz baja y mirándome de reojo. El viento rugía de tal forma que la puerta se abrió de par en par y con ella apareció otro hombre más cansado y con varias heridas. Sus armas y ropajes estaban rotos.

-Se me ha escapado…

-Has hecho lo que has podido – decía su compañero hasta que el que parecía que era su líder golpeó la mesa.

-Que no se acerque al pueblo… ¡largaos!

El tabernero se acercó dándome la llave y yo subí a la habitación a descansar.

Al día siguiente me levanté antes de que las campanas de la iglesia resonaran. Llevaba la misma ropa puesta. Bajé para desayunar y largarme, no sin antes darme cuenta de que la moneda que se usaba aquí era diferente a la de mi anterior estancia… menos mal que las aceptaban igualmente.


¡¡¡¡PUM!!!! ¡¡¡¡PUM!!!! … ¡¡¡¡PUM!!!!



Varios disparos lograron llamar mi atención antes de salir de la posada. Parecía peligroso después de haber visto la escena de ayer pero debía partir. Salí del pueblo tan pronto pude.





Cuanto más camino llevaba recorrido, más cambios observaba en el ambiente. El siguiente pueblo, Melida, parecía bastante tétrico. El silencio de sus calles, la suciedad del hielo que debía ser quitado… las casas tenían las persianas bajadas y las gentes miraban de reojo a todo forastero. Conforme más me adentraba más cambiaban las casas, cada vez más lujosas y grandes. No me tardé mucho en encontrar otra posada en la que comer.

Dentro de la posada había varias personas cerca de una chimenea. Pude ver con la mirada que también había un periódico entre las mesas así que entré al baño y al salir fui a la barra pidiendo el menú. Mientras esperaba la comida busqué el dichoso periódico, estaba escondido. Al abrirlo encontré varias páginas recortadas y otras cuantas arrancadas, parecía una broma de mal gusto. Terminé rápido de comer y me dispuse a dar un rodeo por el pueblo.

Con esa forma laberíntica era fácil perderse. Sin darme cuenta en cuestión de minutos acabé llegando hasta el edificio más alto de aquí, la iglesia. Por fuera tan gigantesca y fría, entré por pura curiosidad. El interior era todo lo contrario, espaciosa, bien decorada, varios fieles rezaban cabizbajos por las esquinas que quedaban iluminadas por las vidrieras de lo alto. Estaba llena de grotescas esculturas similares a gárgolas y en el frontal guardaba imágenes aún más desagradables. Me acerqué para observarlas procurando no llamar la atención, caminando pegada a una de las paredes. Al fondo y escondida entre las sombras había como una tabla de madera… no, más bien era una puerta muy pequeña. Se podía adivinar por las muescas y rozadoras que tenía el suelo. La curiosidad me mandó abrir la puerta sin que nadie se enterara y acabé entrando.

El interior era un largo pasillo hecho de piedras y lleno de antorchas y crucifijos. Caminando durante unos minutos se podía ver como una puerta metálica sellada con varios candados, no parecía vieja. Haciéndola a un lado seguí caminando hasta el final donde pude encontrar una amplia sala iluminada y con una gigantesca mesa redonda en el centro. Varias armaduras montadas con sus respectivos baúles a los pies adornaban el lugar. Me acerqué a uno de ellos, estaba lleno de polvo. Intenté abrirlo, la tapa pesaba más de lo que imaginé y las bisagras chirríaban de una manera impresionante, por culpa de eso casi ni me doy cuenta del sonido de las pisadas de varias personas viniendo por el pasillo. Cada vez estaban más y más cerca. Fui al fondo y me metí en una especie de habitación pequeña, estaba oscura pero me servía de escondite. Finalmente las pisadas llegaron:

-Vámonos, estamos perdiendo el tiempo. Nos esperan en…

-Sshh…

El hombre dio varias vueltas hasta acercarse a la puerta, y empezó a girar el pomo para abrirla.

-¡Ya es la hora!

-… Está bien, me estás poniendo de los nervios. – se apartó de la puerta y a juzgar por sus pisadas se acercó a su compañero.

-No es culpa mía, hace más de media hora que debimos partir. ¿Qué les diremos? Pronto se hará de noche…

-No sé de qué te preocupas, siempre llegamos tarde y nunca hemos fallado. No pasará nada. No te olvides tu… “equipaje”… – dijo sacando algo del baúl.

-¡Sí, sí! ¡Enseguida! – empezaron a escucharse varios sonidos, unos eran metálicos, otros parecían golpes bruscos contra algo. – Bueno, pues… ¡En marcha!

-…

Las pisadas de ambos se dispersaron, ya no estaban cerca. Salí del escondite y crucé todo el pasillo para volver a la iglesia, tenía que volver rápido a la posada antes que alguien me descubriera. Tras la puerta intermedia entre los dos lugares, escuchaba unas pocas pisadas ocultadas bajo las oraciones de los fieles; oraciones dichas en voz alta y al unisono. ¿En dónde me he metido? Esperé, en cosa de media hora la campana sonó y todos abandonaron el lugar. El portazo fue la señal que me daba permiso para escapar.

Sin hacer ruido abrí la puerta y salí a lo que sería la iglesia. Eran muchas las velas que iluminaban el lugar. A juzgar por las vidrieras prácticamente ya era de noche, debo darme prisa para salir, a saber cuánto tardarán en volver. Corrí hacia la puerta, tragué saliva al darme cuenta de que estaba cerrada con llave. Me giré. Toda iglesia guarda tras el frontal una habitación para el sacerdote, es ahí donde guarda sus prendas y demás objetos, muy probablemente hubiera algo allí para poder abrir la puerta. Crucé otra vez la iglesia con paso rápido, había muchas llaves en uno de los cajones y en la mesa una especie de abrecartas. Con todo eso volví hacia la puerta corriendo pero… algo raro había en el ambiente. Frené en seco, fue entonces cuando me di cuenta… empecé a ponerme de los nervios. Quizá eran imaginaciones pero necesitaba comprobarlo una vez más, volví a caminar cada vez más rápido para frenar de golpe, una y otra vez, una y otra vez. El eco… no, no era eco, alguien más estaba en la iglesia. Caminaba cuando yo caminaba, sus pisadas cada vez se escuchaban más y más… cerca. Me mantuve quieta buscando su escondite. Tragué saliva y miré al suelo. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo cuando comprobé que… otra sombra me cubría y… no parecía humana…